Seattle, WA — El éxito actual del Oklahoma City Thunder ha vuelto a poner sal en una herida que nunca cerró en Seattle. Mientras los Thunder celebran su pase a las Finales de la NBA 2025, en la Ciudad Esmeralda la emoción es reemplazada por un sentimiento agrio: ese equipo, esa franquicia, solía representar a Seattle bajo el nombre de los SuperSonics.

Fundados en 1967, los Seattle SuperSonics fueron durante décadas el orgullo deportivo de la ciudad. Con figuras legendarias como Gary Payton, Shawn Kemp y Ray Allen, y una fanaticada fiel que llenaba el antiguo KeyArena, los Sonics alcanzaron la cúspide en 1979, conquistando su primer y único campeonato de la NBA. Aquella victoria fue más que un título; fue la consolidación de Seattle como una ciudad de baloncesto.

Sin embargo, a mediados de la década de 2000, problemas financieros, disputas por la renovación de la arena y falta de apoyo gubernamental sentenciaron el futuro del equipo. En 2008, tras ser comprados por un grupo inversor liderado por Clay Bennett, los Sonics fueron trasladados a Oklahoma City, donde adoptaron el nombre de Thunder. El golpe para Seattle fue devastador: no solo perdieron su equipo, sino también décadas de historia, logros y memorias.

Desde su llegada a Oklahoma, el Thunder ha construido su propia narrativa, pero sin poder escapar completamente de sus raíces. La franquicia sigue contabilizando el campeonato de 1979 como parte de su legado, un hecho que irrita profundamente a los fanáticos en Seattle. Ver al Thunder alcanzar las Finales de la NBA este año solo intensifica esa frustración: para los seguidores de los Sonics, es como presenciar a un hijo pródigo triunfando lejos de casa, sin nunca haber mirado atrás.

“Cada vez que vemos a Oklahoma en lo más alto, es un recordatorio de lo que nos fue arrebatado”, expresa Jordan Meyers, un aficionado de toda la vida de los Sonics. En Seattle, el resentimiento no ha menguado. Bares y hogares que alguna vez vibraron con los verdes y amarillos de los Sonics ahora muestran su apoyo a los rivales de turno del Thunder, como un acto de resistencia silenciosa.

La esperanza persiste. El renovado Climate Pledge Arena —hogar de los Seattle Kraken de la NHL y de las Storm de la WNBA— está listo para recibir a un equipo de la NBA en cualquier momento. Y aunque el comisionado Adam Silver ha mencionado en varias ocasiones la posibilidad de una expansión, la ciudad sigue esperando ese ansiado anuncio que devuelva el baloncesto profesional a Seattle.

Mientras tanto, el dolor es inevitable. Cada victoria de Oklahoma City, cada paso hacia el campeonato, es un eco amargo de lo que fue y de lo que Seattle aún anhela recuperar: sus amados SuperSonics.